Hace unos meses escribíamos en este
espacio sobre la vertiente exquisita del futbol. Decíamos que hacer ver fácil
lo difícil es una cualidad artística y, por tanto, nos sorprendíamos con la
magnitud estética que pueden alcanzar once personas jugando a la pelota.
A
propósito de un marcador abultado que el equipo que dirigía Josep Guardiola
logró en noviembre del 2010, asegurábamos que había sido capaz de generar, en
lo particular y en conjunto, el sueño del futbol —y de Agamenón—: el de la
eficacia que permite la retórica. Sin duda, hasta entonces, habíamos presenciado
el mejor balompié de la historia.
Este
año, el deporte favorito de los panaderos —y de los reyes— volvió a
asombrarnos. Una propuesta con virtudes distintas se sobrepuso y venció a lo
que parecía insuperable: el Real Madrid se coronó en España, derrotando al
Barcelona en su propio campo. No fue sólo un juego preciosista sino el triunfo
del talento aunado a un carácter y un trabajo singulares.
Sin
embargo, aunque se calculaba improbable, el domingo pasado tuvimos la fortuna
de presenciar la cumbre histórica de este ejercicio de pies y cabeza: la
Selección Española eclipsó a todas las manifestaciones anteriores, a todas las
escuelas, a todos los astros. El concierto en la final ante Italia fue nada
menos que una obra maestra: una hermosa y armónica danza billarística, rematada
hasta cuatro veces por un estallido en la tronera de Gianluigi Buffon. Por
cierto, los azzurri sólo habían
recibido cuatro goles dentro de una Eurocopa en 2008… sólo que fueron encajados
durante todo el torneo.
Es
difícil definir si el poderío de este equipo reside en las genialidades de cada
uno de sus jugadores —en el talento individual— o en que la eufonía del
conjunto potencia la calidad de sus elementos —en la solidez del grupo—. Tal
vez es el primer equipo en la historia que equilibra estas dos fuerzas con una
medida tan exacta: el Brasil del setenta tenía a Pelé, que doblaba la balanza;
Alemania siempre ha basado sus triunfos en la asociación (ni Beckenbauer torcía
la regla); hasta el Barcelona citado tuvo en Messi su bandazo…
No
sólo fue la culminación de un estilo de juego, fue la consagración de unos
valores: España hizo un futbol limpio, se comportó con caballerosidad dentro y
fuera de la cancha, respetó a los árbitros, honró a sus contrincantes (es ya
famosa la imagen de Iker Casillas, hacia el final del partido, pidiendo respeto
para Italia al juez de línea), a sus compañeros desaparecidos y en todo momento
privilegió el lugar de las familias, de los niños que los acompañaban.
Desterró
las enemistades de un vestuario escindido por la dicotomía Madrid-Barcelona,
superó la natural falta de ambición luego de haber conquistado consecutivamente
las dos copas más importantes del mundo, tuvo que suplir a dos integrantes
fundamentales (Pujol y Villa), reponerse a la avalancha de críticas ante una
alineación poco ortodoxa y cargar con el estigma de favorito. Vicente del
Bosque, desde su humildad, sencillez, valor y sabiduría fue el artífice de este
logro monumental.
En
lo puramente deportivo, todos los atletas españoles, incluso los que no
tuvieron la oportunidad de disputar un minuto, superaron las expectativas, de
por sí muy altas. Todo el mundo está de acuerdo en que Casillas, Xabi, Xavi e
Iniesta son unos genios: en esta ocasión queremos destacar la participación de
un jugador cuya posición en el campo es pocas veces el centro de los
reflectores.
Una
famosa marca de aceites patrocina para la UEFA un complejo y escrupuloso índice
de efectividad dentro de la competición. Analiza y califica las actuaciones
individuales, mide el impacto de las acciones de cada jugador: cada pase,
intercepción o disparo suma puntos, según incluso la zona del campo donde
sucedan y el desenlace de éstos. En la Euro 2012, el futbolista que entre los
casi 400 participantes alcanzó mayor puntaje fue Sergio Ramos: 9.68.
El
vigor, movilidad, categoría, inteligencia, pundonor, solidez, constancia y
precisión de este defensa madridista sirve para ejemplificar muy bien por qué
esta selección es considerada ya la mejor de la historia. Ramos es como un gran
vino español: presume potencia, profundidad y elegancia (luego de haber fallado
un penalti crucial con su club hace unos meses, tuvo la valentía y la clase de
ejecutar uno a lo Panenka, sublime). Y por si esto fuera poco, a la hora del
festejo del 1 de julio pegó, con un capote de Alejandro Talavante, en los
medios del estadio olímpico de Kiev, las mejores verónicas que se han visto en
todo el este de Europa.