viernes, 27 de julio de 2012

La retórica del futbol II

Hace unos meses escribíamos en este espacio sobre la vertiente exquisita del futbol. Decíamos que hacer ver fácil lo difícil es una cualidad artística y, por tanto, nos sorprendíamos con la magnitud estética que pueden alcanzar once personas jugando a la pelota.
            A propósito de un marcador abultado que el equipo que dirigía Josep Guardiola logró en noviembre del 2010, asegurábamos que había sido capaz de generar, en lo particular y en conjunto, el sueño del futbol —y de Agamenón—: el de la eficacia que permite la retórica. Sin duda, hasta entonces, habíamos presenciado el mejor balompié de la historia.
            Este año, el deporte favorito de los panaderos —y de los reyes— volvió a asombrarnos. Una propuesta con virtudes distintas se sobrepuso y venció a lo que parecía insuperable: el Real Madrid se coronó en España, derrotando al Barcelona en su propio campo. No fue sólo un juego preciosista sino el triunfo del talento aunado a un carácter y un trabajo singulares.
            Sin embargo, aunque se calculaba improbable, el domingo pasado tuvimos la fortuna de presenciar la cumbre histórica de este ejercicio de pies y cabeza: la Selección Española eclipsó a todas las manifestaciones anteriores, a todas las escuelas, a todos los astros. El concierto en la final ante Italia fue nada menos que una obra maestra: una hermosa y armónica danza billarística, rematada hasta cuatro veces por un estallido en la tronera de Gianluigi Buffon. Por cierto, los azzurri sólo habían recibido cuatro goles dentro de una Eurocopa en 2008… sólo que fueron encajados durante todo el torneo.
            Es difícil definir si el poderío de este equipo reside en las genialidades de cada uno de sus jugadores —en el talento individual— o en que la eufonía del conjunto potencia la calidad de sus elementos —en la solidez del grupo—. Tal vez es el primer equipo en la historia que equilibra estas dos fuerzas con una medida tan exacta: el Brasil del setenta tenía a Pelé, que doblaba la balanza; Alemania siempre ha basado sus triunfos en la asociación (ni Beckenbauer torcía la regla); hasta el Barcelona citado tuvo en Messi su bandazo…
            No sólo fue la culminación de un estilo de juego, fue la consagración de unos valores: España hizo un futbol limpio, se comportó con caballerosidad dentro y fuera de la cancha, respetó a los árbitros, honró a sus contrincantes (es ya famosa la imagen de Iker Casillas, hacia el final del partido, pidiendo respeto para Italia al juez de línea), a sus compañeros desaparecidos y en todo momento privilegió el lugar de las familias, de los niños que los acompañaban.
            Desterró las enemistades de un vestuario escindido por la dicotomía Madrid-Barcelona, superó la natural falta de ambición luego de haber conquistado consecutivamente las dos copas más importantes del mundo, tuvo que suplir a dos integrantes fundamentales (Pujol y Villa), reponerse a la avalancha de críticas ante una alineación poco ortodoxa y cargar con el estigma de favorito. Vicente del Bosque, desde su humildad, sencillez, valor y sabiduría fue el artífice de este logro monumental.
            En lo puramente deportivo, todos los atletas españoles, incluso los que no tuvieron la oportunidad de disputar un minuto, superaron las expectativas, de por sí muy altas. Todo el mundo está de acuerdo en que Casillas, Xabi, Xavi e Iniesta son unos genios: en esta ocasión queremos destacar la participación de un jugador cuya posición en el campo es pocas veces el centro de los reflectores.
            Una famosa marca de aceites patrocina para la UEFA un complejo y escrupuloso índice de efectividad dentro de la competición. Analiza y califica las actuaciones individuales, mide el impacto de las acciones de cada jugador: cada pase, intercepción o disparo suma puntos, según incluso la zona del campo donde sucedan y el desenlace de éstos. En la Euro 2012, el futbolista que entre los casi 400 participantes alcanzó mayor puntaje fue Sergio Ramos: 9.68.
            El vigor, movilidad, categoría, inteligencia, pundonor, solidez, constancia y precisión de este defensa madridista sirve para ejemplificar muy bien por qué esta selección es considerada ya la mejor de la historia. Ramos es como un gran vino español: presume potencia, profundidad y elegancia (luego de haber fallado un penalti crucial con su club hace unos meses, tuvo la valentía y la clase de ejecutar uno a lo Panenka, sublime). Y por si esto fuera poco, a la hora del festejo del 1 de julio pegó, con un capote de Alejandro Talavante, en los medios del estadio olímpico de Kiev, las mejores verónicas que se han visto en todo el este de Europa.