"Los vinos de Raúl Pérez están en boca de muchos y en
las copas de muy pocos” se lee en un reportaje del diario español El Mundo. Es el enólogo español más en
boga alrededor del planeta. Las calificaciones astronómicas que recibe
últimamente de los críticos más influyentes lo han convertido en superestrella.
Sus etiquetas se producen en cantidades limitadas, a menudo no alcanzan las mil
botellas. Hace vinos propios pero también para otros, al alimón con amigos, en proyectos
informales; trabaja en diferentes regiones, principalmente en el noroeste de la
península (Galicia, Asturias y León) pero también en Madrid o Portugal; se sube
a un avión para hacer un vino en África y tiene puesta la mirada en Sudamérica.
Raúl
Pérez Pereira nació en 1972 en Valtuille de Abajo, localidad cercana a Villafranca
del Bierzo, en el extremo noroccidental de la provincia de León. Esta villa
cuenta, hoy en día, con una población aproximada de 150 personas y 300 cabezas
de ganado merino. La familia Pérez tiene muchas generaciones haciendo vino, sin
embargo, Raúl tenía entre las cejas convertirse en médico hace no mucho.
Fue
hasta 1993 cuando se enamoró de la enología y, en la bodega familiar ―mucho
antes de que empezara la revolución del Bierzo, de la que de alguna forma fue catalizador
y pieza fundamental―, comenzó a producir vino. En 1999, en Castro Ventosa, al
participar con sus tíos Ricardo Pérez y Álvaro Palacios en el proceso de
elaboración del primer Pétalos del Bierzo, se contagió del redescubrimiento de
la uva local: mencía.
En
Castro Ventosa pasó 10 años, pero esto no fue suficiente para el joven Pérez,
que necesitaba hacer cosas diferentes, expresarse, descubrir otras regiones.
Empezó a hacer sus propios vinos, a asesorar a otros productores, a explorar
variedades olvidadas, a recuperar viñedos al borde de la extinción y creó su
propia compañía. Raúl Pérez Bodegas y Viñedos no es una bodega en el sentido
tradicional: trabaja con viñas propias, con uvas compradas o prestadas, en sus
instalaciones o en las de alguien más, en una denominación, en otra, en ninguna.
Hace blancos, tintos, dulces. En España, fuera.
Hace
vinos personales, tan personales como el Castro de Valtuille de increíble
relación precio/calidad, como el Vico o El Pecado, vinos que recién catamos y
no podemos esperar a que llegue su madurez para descorchar las únicas botellas
cerradas que hubo oportunidad de adquirir… y como el inverosímil Sketch: este
albariño, procedente de cepas de entre 60 y 80 años de edad, se envejece a 19
metros de profundidad. Sí, dentro del mar.
¿Por
qué a 19 metros? Raúl hizo pruebas bajando las rejas y vio que a más profundidad
o el corcho se salía o se filtraba agua dentro. El objetivo es que los vinos
permanezcan durante al menos 3 meses en estas condiciones tan particulares, sin
cambios de temperatura, humedad o presión. Cuando saca las botellas están
cubiertas de mejillones, lapas, berberechos, algas y demás fauna y flora
marina.
Tremendamente
mineral, algo salino, pleno de frutas tropicales y de flores ―como buen
albariño―, intenso, complejo, largo, emotivo. El nombre es un homenaje a su bar
preferido de Londres. Su precio ―aunque originalmente cuesta unos 60 dólares―
puede ser cualquiera si se tiene la fortuna de hallar una de las escasas 900
botellas anuales. El vino sale al mercado sin estar amparado por ninguna
denominación de origen, como vino de mesa: demuestra que la calidad no tiene lindes.
Puede
leerse en el contramarbete del Sketch: “Lo posible de lo imposible se mide por
la voluntad de un hombre”. Algunas de las etiquetas que firma Raúl Pérez se
producen una única vez: dice que, en algunos casos, ocurre algo excepcional,
irrepetible. Quizás los caracoles del viñedo emigraron a la parcela vecina, quizás
los pulpos no visitaron la ría de nuestro enólogo con escafandra, quizás una
mariposa movió sus alas… lo cierto es que, como en el arte, hace falta un genio
para cimbrar la espiral revolucionaria.