Los concursos, los premios y las guías
de vino son, en su vasta mayoría, mecanismos eminentemente comerciales. Un
trofeo de Decanter, un lugar en el
top 100 de Wine Spectator o una
calificación de noventa y tantos puntos de Robert Parker significan el rotundo
e inmediato éxito financiero de una marca.
Por
los pelos de unas cuantas narices pasa buena parte del dinero que se gastarán
los importadores o comercializadores estadounidenses, quienes abastecen al
mercado más grande del planeta. Increíblemente, en el subjetivo mundo del vino un
puñado de críticos concentra el poder suficiente para establecer precios, fijar
tendencias y manipular el mercado. De un día para otro, su influencia puede
encumbrar (enriquecer) a una bodega o sumergirla en el limbo de la mediocridad.
Para
el consumidor, sin embargo, estas publicaciones y premios constituyen una
apreciable herramienta: ante la colosal cantidad de etiquetas a la que el
cliente se enfrenta en los anaqueles, la recomendación de los expertos puede
ayudarnos a gastar mejor nuestro dinero, a elegir con referencias. Al acumular
algo de experiencia, el aficionado conocerá mejor a los calificadores y
encontrará coincidencias y divergencias personales con ellos.
La
revista de origen londinense Decanter organiza
anualmente un concurso llamado “World Wine Awards”. Vinos de todo el mundo
buscan obtener el anhelado “Trofeo Internacional”, al menos uno regional, una
medalla de oro, plata o bronce dentro de su categoría. Lo interesante de esta
prueba es que las jerarquías son muy específicas, incluso se separan por rango
de precios.
Hace
unos días se publicaron los resultados del 2011. La noticia de que Argentina
obtuvo un número récord de galardones quedó eclipsada por la del insólito
triunfador en la categoría de “Burdeos de más de 10 libras”. El siempre
transgresor Steven Spurrier, de quien hemos hablado anteriormente en este
espacio y es el director de la publicación, sumó una campanada más a su amplia
colección.
China
se ha convertido en un mercado formidable en los últimos años, en todos los
ámbitos; particularmente en el de las marcas prestigiosas, el creciente
batallón de millonarios pekineses ha movido el tapete de la élite de las
corporaciones de este tipo y ha exigido su atención.
Recientemente,
los precios de los más afamados vinos franceses han sufrido un alza desmedida
debido, en parte importante, a la nueva demanda oriental. La industria del lujo
reaccionó, hizo sus maletas y plantó sus distinguidas banderas en el gigante
asiático, enamorándolo pronto con los refinamientos que sólo ella es capaz de desplegar.
Hace
unos años tuvimos la oportunidad de probar el cabernet sauvignon Hua Xia en un
restaurante cantonés de Orlando: era un tinto bastante agreste pero nos hizo
pensar en el tiempo que tardarían los chinos en invadir este
particular mercado con sus productos, como ha sucedido con tantos otros.
Pues
bien, He Lan Qing Xue Jia Bei Lan 2009, una mezcla cosechada en Ningxia, al
norte de China, fue el triunfador de la categoría de mezclas bordelesas en este
particular concurso inglés. El enólogo Li Demei, quien se educó en Estados
Unidos y Burdeos, consiguió el “milagro”. Su tinto, envejececido en barricas de
roble nuevo francés y viejo americano, está elaborado en su mayoría con
cabernet sauvignon, un 15% de merlot y un mínimo porcentaje de una supuesta uva
autóctona.
Simple
estrategia comercial o heroico triunfo, lo cierto es que los chinos ya están
aquí… ¿Invadirán nuestras cavas como han invadido casi todos los demás espacios
de nuestro consumo? A quien le quede alguna duda le sugiero que se dé una
vuelta por la zona de comida de cualquier centro comercial.