viernes, 9 de noviembre de 2012

Golpe de timón en The Wine Advocate


Como hemos comentado en distintas ocasiones, el mercado contemporáneo del vino está subyugado por un puñado de críticos influyentes. Sus juicios fijan precios alrededor del mundo, dictan lo que ocupará los anaqueles de las tiendas especializadas —sobre todo en la superpotencia compradora norteamericana—, desprecian marcas, encumbran, rigen.
            Hace unos meses, la revista The Wine Advocate del gurú Robert Parker asignó al inglés Neal Martin, un joven escritor de vinos independiente, que asumiera las regiones reseñadas durante muchos años por el veterano Jay Miller. Durante la primavera, el primer encargo de Martin fue conformar un capítulo sobre la cata de unos doscientos vinos del Priorat y un par de episodios retrospectivos: Vega Sicilia Único y Pingus, dos luminarias indiscutibles del firmamento español. Hasta aquí, la nariz del británico mantuvo los números más o menos cercanos a los de su antecesor.
            En septiembre apareció su examen de la Rioja y las sorpresas fueron mayores. La publicación de Parker tiene la fama de preferir vinos con mucho cuerpo, una gran presencia frutal y tánica, con dilatados músculo, expresión y personalidad: vinos de corte moderno: un estilo global, según se ha dicho. Si bien las excepciones que confirman esta reputación son numerosísimas, será difícil que el abogado baltimoreano y sus asociados se sacudan esta etiqueta. Tomando como punto de referencia esta percepción típicamente pragmática de la cultura del vino, es de notar que algunos caldos de corte tradicional que hasta hace poco habían sido relegados a habitar el fondo de los escalafones riojanos, aparezcan en el artículo de Martin en la cima de la viticultura de esta celebrada región.
            Tampoco es que el flamante salomón haya de plano invertido con sus calificaciones la supuesta constante editorial del boletín: siguen apareciendo en la cumbre algunas de las creaciones de los enólogos más vanguardistas, ejerciendo una selección quizás más exigente —según su particular enfoque— de lo que un Rioja que se precie tendría que ser, sobre todo en el sentido de su particularidad.
            Entre los primeros cuarenta vinos —los que alcanzan como mínimo los 95 puntos en el artículo de Martin—, sólo podemos hallar un puñado de botellas criadas en bodegas identificadas con el nuevo estilo en la D.O.C. (Benjamín Romeo y Finca Allende) y de otros tres o cuatro productores que pretenden encontrar un equilibrio entre lo clásico y lo moderno (Telmo Rodríguez, Fernando Remírez de Ganuza, Artadi y Luis Cañas). Todo lo demás es López de Heredia, Riscal, La Rioja Alta, Muga, Cvne, Murrieta… Bodegas centenarias que mantienen el espíritu de la Rioja de largas crianzas y métodos tradicionales: lo contrario al trabajo de Jay Miller, en donde prácticamente sólo las cosechas históricas de estas casas (1870, 1879, 1934, 1942, 1945, 1952, 1954…) encuentran lugar en estos cielos.
            Si bien nuestros gustos no se ajustan a los criterios de los críticos, no hay empacho en reconocer que es agradable enterarse de que los líderes de opinión confirman nuestras intuiciones: lo degustado y atesorado por décadas por fin encuentra su lugar en el podio global. Nos ha dado gusto esta revalorización de la Rioja clásica, quizás con la salvedad de que sus precios, moderados por los años de lejanía con la moda, sin duda volverán a subir. En unos años el péndulo volverá a dar su bandazo, mientras tanto, nos abocaremos a buscar esos grandes riojas que se salgan del candelero.
            Hasta aquí, todo bajo control. Pero las revisiones recién salidas del horno de Neal Martin no dejan de evidenciar el apuntado cambio de rumbo; verbigracia: sin salirse aún de la península ibérica, el crítico inglés califica ahora en noviembre a la cosecha más reciente de Quincha Corral, la 2009, con 86 puntos. En dos distintas ocasiones, sólo hace unas semanas, tuvimos la fortuna de catar la colecta 2001 de este vino doblemente único: un cien por ciento bobal [¿bo… qué? —una variedad de uva supuestamente austera, típica de la región valenciana—] que de forma insospechada impuso su carácter en mesas presididas por contendientes míticos, como Valsotillo Gran Reserva 1994, Arzuaga Gran Reserva 2001, Numanthia 2004 o Malleolus de Valderramiro 2001.
            No llama tanto la atención que el también terapeuta infantil, el doctor Jay, haya otorgado en su momento 95 puntos a esta joya sorprendente, sino lo que entonces escribió sobre él: “una mezcla hipotética de un grand cru de burdeos y un encumbrado rhone septentrional de Hermitage”. Si bien no hemos probado la cosecha 2009 de este mustiguillo (que está considerada tan buena como la 2001 en este pago utielano y que José Peñín califica con los mismos 95 de Jay Miller-2001) nos cuesta creer que haya descendido tanto su calidad como lo propone Martin.
            Pero la cosa no para allí: en la misma edición de la revista, Neal reseña casi mil etiquetas de Argentina. Lo primero que salta a la vista y mete a nuestra hipótesis (banal, quizás, pero sin duda sabrosa) dentro de lo razonable es que, en un país en donde la calidad de las cosechas es bastante regular, la distancia entre los puntajes otorgados por Miller y los del nuevo árbitro sea tan sustancial.
            Sin ir más allá, algunos de los vinos históricos del país andino, como el Achaval Ferrer Finca Altamira 2006 es recortado hasta en 4 puntos por Martin, lo cual representa, en estas cimas, todo un cambio de liga y ¡estamos hablando del mismo vino!, incluso, de uno seguramente más redondo y más cercano a su plenitud para esta nueva fecha de cata. Casi toda la gama de Achaval, una de las bodegas encumbradas por Miller, sufre un bajón similar.
            Lo mismo sucede con Viña Cobos: el casi perfecto para nuestra alma Malbec Marchiori Vineyard 2006 que reseñamos el año pasado (99 puntos, Miller), un vino que superó los 95 puntos de la publicación que nos ocupa durante diez años consecutivos, cae a los 92 puntos dentro del paladar de Neal en su versión 2010.
            Todo este análisis no saldría de lo anecdótico y lo obvio cada nariz es un mundo si no fuera porque lo que un aficionado al vino espera de su abogado, primordialmente, es honestidad, pero también consistencia. Si uno va captando el gusto de un crítico será más provechosa su guía; si se sabe que Parker, es decir, si se sabe que sus asociados desvalorarán, por ejemplo, el estilo más clásico de la Rioja y supervalorarán todo lo que produce o importa a su país Jorge Ordóñez, podremos ajustar su evaluación a nuestro paladar al momento de la compra, que es para lo que sirve gastarnos unos dólares en la suscripción.
            Se conoce (ya instalados en este ánimo), por ejemplo, que a los catadores de Wine Spectator no les parece extraordinario ningún vino español de este siglo que no haya sido criado en las cavas de Emilio Moro, Numanthia o LAN; que Peñín está convencido de que un fino La Ina es tan soberbio como un Pingus y que a todos los críticos afamados les huele casi igual un muy buen Mas La Plana que un sobrenatural Grans Muralles, ambos de Torres. Pero eso ya se conoce. La cuestión es andar rastreando en el celular al autor de determinada nota dentro de una misma web cuando estamos frente a trescientas opciones en la tienda…
            En fin, esto no es más que una de las partes lúdicas de la afición enológica. Como todas las artes, la música esencial de la vinicultura sólo resuena en los sentidos de quien la disfruta.