Se
han cumplido dos años sin fiestas de toros públicas en la Ciudad Condal, pero
todo apunta en que no se cumplirán más de tres. Aquella decisión del Parlament
(68 votos a favor, 55 en contra y 9 abstenciones) ha tenido su réplica en
las cámaras del Estado: 144 votos
a favor, 26 en contra y 54 abstenciones.
Más allá de los números, de las
repercusiones políticas y legales, el nuevo título que ostenta la tauromaquia
en España refleja una victoria moral: las corridas y las manifestaciones
culturales que se desprenden de ellas serán promocionadas, defendidas y
apoyadas por el Estado como se hace con, digamos, la literatura.
Con todo y las sensibilidades que la
objetan, la fiesta de toros se sustenta por sí misma como expresión artística
trascendental, es decir, no necesita, estrictamente, legitimación de parte del
gobierno, sin embargo, con los tiempos que corren —tiempos en los que el
artista es un villano y la singularidad del toro bravo estorba tanto que se
pretende extinguir su raza—, sí requiere legalización.
Esta legalidad no es barata para los
prohibicionistas: en España, enrarece las relaciones entre el gobierno central
y la Generalitat; en Europa, entorpece
la homologación cultural de España con sus socios anglosajones, teutones, nórdicos…
apetecida por muchos de ellos; en la Unesco, incomodará globalmente y motivará
discusiones que demandan más tolerancia y respeto que lo usual (puesto que la
tauromaquia se presentará como candidata para ser declarada Bien Inmaterial de
la Humanidad); y en México, sentará un precedente de criterio para los procesos
pendientes de resolución.
Por ello, en lo personal, me siento satisfecho
por la madurez con que han procedido en esta ocasión los representantes
populares que tiene mi nación adoptiva: si los taurinos somos minoría —o si
somos mayoría, según el impresionante número de firmas recaudadas—, se ha
respetado y protegido el derecho a salvaguardar nuestra cultura y forma de
vida; y, lo más importante, se ha avanzado en forma sustancial en la preservación
del animal más hermoso sobre la tierra y la sustentabilidad de su entorno. Esto es, en esencia, un voto de peso a favor de la biodiversidad y la ecología, temas que preocupan, o deberían preocupar, a los fervientes animalistas.