sábado, 9 de noviembre de 2013

¡Albricias!

Seiscientas mil firmas hicieron posible que la tauromaquia se convirtiese esta semana en patrimonio cultural protegido por las leyes españolas. Esto es el epílogo a una iniciativa ciudadana generada en Cataluña ante la prohibición establecida en esa comunidad el 28 de julio de 2010, una contestación sólida y vehemente ante la enclenque y contradictoria interrupción de los derechos de los catalanes.
            Se han cumplido dos años sin fiestas de toros públicas en la Ciudad Condal, pero todo apunta en que no se cumplirán más de tres. Aquella decisión del Parlament (68 votos a favor, 55 en contra y 9 abstenciones) ha tenido su réplica en las cámaras del Estado: 144 votos a favor, 26 en contra y 54 abstenciones.
            Más allá de los números, de las repercusiones políticas y legales, el nuevo título que ostenta la tauromaquia en España refleja una victoria moral: las corridas y las manifestaciones culturales que se desprenden de ellas serán promocionadas, defendidas y apoyadas por el Estado como se hace con, digamos, la literatura.
            Con todo y las sensibilidades que la objetan, la fiesta de toros se sustenta por sí misma como expresión artística trascendental, es decir, no necesita, estrictamente, legitimación de parte del gobierno, sin embargo, con los tiempos que corren —tiempos en los que el artista es un villano y la singularidad del toro bravo estorba tanto que se pretende extinguir su raza—, sí requiere legalización.
            Esta legalidad no es barata para los prohibicionistas: en España, enrarece las relaciones entre el gobierno central y la Generalitat; en Europa, entorpece la homologación cultural de España con sus socios anglosajones, teutones, nórdicos… apetecida por muchos de ellos; en la Unesco, incomodará globalmente y motivará discusiones que demandan más tolerancia y respeto que lo usual (puesto que la tauromaquia se presentará como candidata para ser declarada Bien Inmaterial de la Humanidad); y en México, sentará un precedente de criterio para los procesos pendientes de resolución.
            Por ello, en lo personal, me siento satisfecho por la madurez con que han procedido en esta ocasión los representantes populares que tiene mi nación adoptiva: si los taurinos somos minoría —o si somos mayoría, según el impresionante número de firmas recaudadas—, se ha respetado y protegido el derecho a salvaguardar nuestra cultura y forma de vida; y, lo más importante, se ha avanzado en forma sustancial en la preservación del animal más hermoso sobre la tierra y la sustentabilidad de su entorno. Esto es, en esencia, un voto de peso a favor de la biodiversidad y la ecología, temas que preocupan, o deberían preocupar, a los fervientes animalistas.