sábado, 21 de enero de 2012

Los mejores vinos importados de 2011

Ha sido un año tan emocionante, tan prolífico, que será muy difícil señalar los vinos que más nos movieron durante estos doce meses. La inmensa generosidad de nuestros combibeles ha hecho posible que disfrutáramos algunos de los mejores vinos de mundo. Ha sido un privilegio tener la oportunidad de probar estas botellas, pero sobretodo hacerlo en compañía de personajes con tan alta sensibilidad y sabiduría. 
            En nuestra opinión, España compite con Italia y Estados Unidos por el segundo lugar mundial en vinos de alta calidad ―los reyes aún son los galos, que acumulan historia, experiencia y condiciones geoclimáticas excepcionales en una buena cantidad de terruños legendarios―. El tercer peldaño de productores lo componen Alemania, con grandes vinos blancos; Argentina y Australia, que cada día están más cerca de los cuatro grandes; Chile, con un incremento reciente en sus apuestas por el segmento premium y Portugal, un caso especial con sus magníficos vinos del Douro y sus inigualables fortificados: el oporto y el madeira.
            Leoville las Cases 1999 y Chante-Alouette Hermitage 2004 fueron un par de joyas indiscutibles, dos de los vinos más emocionantes en nuestra memoria enófila: iconos respectivos de la Gironda y del Ródano norteño, de las cepas bordelesas y de la marsanne, de la elegancia y el refinamiento… junto a Leoville-Poyferre 1998, Grandes Murailles 2002, Monbousquet 2000, Clos L'Eglise 2000 y Rieussec Grand Cru 2003, fueron pruebas rotundas de que Francia liderará nuestras preferencias hasta que el mercado asiático nos haga imposible costear alguna de estas filigranas.
            España manó este año (aparte de algunas de sus etiquetas consagradas: El Pisón 1999; Calvario 2004; Remírez de Ganuza Reserva 1996 y 2004; Pintia 2001, 2004 y 2007; Alión 2005; Palomero 2001) soberbias expresiones de cepas poco tradicionales en su territorio, como el Jiménez Landi Selección 2004: menos de 40 dólares compuestos por merlot y syrah cuya calidad ―específicamente de estas cepas― no creíamos posible en la península.
            El Cantos del Diablo 2008, de la misma bodega, fue uno de esos vinos que hacen cuestionar tus capacidades organolépticas: un testimonio absolutamente inédito, con más de la mejor pinot noir borgoñona que de la reciente eclosión de la garnacha hispana; un elixir exótico, más floral y exquisito que muscular y acaramelado.
            No tan lejos de estas maravillas mentridanas, la cabernet sauvignon del Pago Valdebellón 1996, de la bodega Abadía Retuerta, en Sardón de Duero, es otra muestra prodigiosa del manejo de una viña especial. En palabras del influyente crítico Robert Parker: “Una combinación hipotética de Mouton-Rothschild y Latour”; en nuestras palabras: la mejor expresión de la cabernet de la península ibérica (aunque frunzan el ceño nuestros queridos maslaplanistas).
            La relación calidad/precio de una buena cantidad de vinos españoles es inmejorable, en particular la de los blancos, que ―con pocas excepciones― no superan los 20 dólares: el albariño La Cana 2009, el verdejo Shaya 2009 y el moscatel de alejandría Botani 2010 fueron símbolos frescos, equilibrados y concentrados de esta realidad sumamente competitiva.
            Estados Unidos poco a poco extiende su presencia en nuestro país. La sorpresa y fascinación que, en general, producen sus vinos de calidad a los aficionados que se enfrentan por primera vez a este estilo ―o mejor dicho, variedad de estilos― han logrado que la demanda vaya creciendo.
            El elixir de la juventud del Mayacamas 1979; la finura del espumoso Argyle Extended Tyrage Brut 1998; el poderío del Spottswoode Cabernet 2008, la frescura de su Sauvignon Blanc 2009; la originalidad de un chardonnay dulce en Sine Qua Non Mr. K The Nobleman 2002; la rotundidad de los terruños del estado de Washington, representados por Cayuse Impulsivo y Syrah 2006 significaron experiencias sublimes.
            Hourglass Cabernet 2007; Pahlmeyer Propietary Red 1997 y Chardonnay 2007; el hallazgo de una zinfandel inaudita en Turley Hayne Vineyard 2001 y Moore Vineyard 2004; Blankiet Estate Paradise Hills Vineyard 2002; la perfección de Kapcsandy Estate Cuvee 2007… Todos estos vinos fueron también sinfonías deslumbrantes y entrañables convites.
            Italia es otro productor que ha ido ganando mercado en México. La Toscana es todo un universo por sí misma: desde las bodegas más tradicionales hasta las más modernas mantienen un respeto absoluto por el terruño y, por ello, son capaces de conseguir unas de las expresiones más auténticas del planeta, tanto en variedades autóctonas como globalizadas.
            San Leonardo 2001, Caspagnolo Villa Poggio Salvi 2008, Le Cupole Trinoro 2007, Orma 2007, Sapaio 2004 y CastelGiocondo Riserva 1999 fueron algunos de los tintos italianos que tuvimos oportunidad de catar, todos ellos personalísimos y de gran calidad.
            Finalmente le platicamos, caro lector, que nos encontramos durante el 2011 con un puñado de vinos de otras latitudes que verdaderamente están a la altura de muchos de los que hemos nombrado en este recuento. Por desgracia no podemos decir que sus precios son mucho más accesibles que los del hemisferio norte, pero su calidad compite con ellos mano a mano.
            Todas estas bodegas ―con la excepción de Mollydooker de Sarah y Sparky Marquis, que crecieron en Australia― son el resultado de la asociación de la experiencia europea o norteamericana con el capital humano y la naturaleza latinoamericanos. Seña 2004 fue un portento de cabernet y merlot creado por el californiano Robert Mondavi y Eduardo Chadwick en Aconcagua; Cheval des Andes 2002, un hijo del mítico Cheval Blanc compuesto por cabernet y malbec mendocinas, en quien no se extrañaron demasiado las hechuras bordelesas del padre.
            Probamos también el Cobos Marchiori Vineyard 2006: hasta ahora, la más grande expresión de la malbec que podamos imaginar, sociedad entre Paul Hobbs, Andrea Marchiori y Luis Barraud; esta botella es, según Jay Miller, la mejor que ha producido Argentina en su historia. Y otro gran vino del Uco creado con capital holandés y el talento de una superestrella argentina, el enólogo José Galante: Salentein Primus Malbec 2006. Por último recordamos el Mollydooker Blue Eyed Boy Shiraz 2007 de los Marquis, una bomba frutal australiana de 16.5 grados de alcohol no recomendable para espíritus blandos.
            Como hemos dicho, ha sido un año memorable; nos sentimos inmensamente afortunados por las oportunidades que nos han brindado nuestros estimados mecenas y maestros. No queda más que decir ¡salud! por ellos y desearle a usted, caro lector, que este 2012 le depare grandes vinos y emociones intensas.

jueves, 12 de enero de 2012

Los mejores vinos mexicanos del 2011

Hablar de los mejores vinos del 2011 no supone, en nuestro entendimiento, hablar de los lanzamientos. Nos parece un error que las botellas sean juzgadas el mismo año de su comercialización. Si bien algunos tintos, blancos, espumosos y la mayoría de los rosados están en un buen momento cuando las bodegas los destetan, muchas botellas adquieren una vida propia y se expresan en las copas de los consumidores años después. Los veredictos cobran importancia, como el eslogan de la Rioja dice, hasta que son bebidos.
             Durante el año pasado, nuestros amables lectores nos cuestionaron con frecuencia en dos sentidos: primero, cuál es el mejor vino mexicano en nuestra experiencia y, segundo, cuáles son las mejores etiquetas de precio moderado que pueden adquirirse en nuestro país. Pues bien, atendiendo a estas preguntas, hicimos un ejercicio cuyos resultados exponemos en este texto.
 
¿Cuál es el mejor vino mexicano?
Fue necesario realizar una pequeña encuesta entre enófilos ―avezados y novatos, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, de distintas capacidades económicas― para poder ofrecer algo más que una opinión personal, sin embargo, no rehuiremos el compromiso y añadiremos finalmente nuestras apreciaciones.
            La intención, además de tratar de ofrecer una respuesta general a los correos recibidos, es que usted, caro lector, adquiera una referencia más para sus compras y también que pueda decir algo sobre el vino que tenga la oportunidad de compartir con su familia o amigos. 
            Es importante señalar que hemos pedido a nuestros colaboradores que abordasen la gradación tomando en cuenta los factores que tradicionalmente se han atendido en este espacio: relación calidad/precio, disponibilidad, consistencia en su historia y emoción. Empezaremos por comentar los hallazgos de nuestra pesquisa en pos del vino mexicano más valorado por nuestra muestra, la cual arrojó un total de unos 30 vinos dignos de reseñar.
            Aunque las nuevas formas y fondos de la vitivinicultura mexicana son muy recientes dentro de la línea temporal de la historia moderna del vino, existe un camino trazado durante veinte años al menos. Hoy es posible apreciar y juzgar la evolución de algunas bodegas y de lo que parieron a partir de la revolución de finales del siglo pasado. El sueño de instalarse como una referencia en el mercado mundial requiere de paciencia y solidez, de mucha sensibilidad y honestidad para definir un estilo.
            La bodega que obtuvo más menciones fue L. A. Cetto. Don Ángelo desde 1928, Luis Agustín desde 1963 y hoy Luis Alberto, formaron la vitivinícola más premiada de nuestro país. Pionera del Valle de Guadalupe, en Baja California Norte, su Petite Sirah resultó ser el vino más económico entre la treintena ($85) y Don Luis viognier, el blanco más apreciado en todos los sentidos ―cosa sorprendente para una variedad poco consumida en nuestro territorio―.
            Don Luis Terra ―una mezcla tipo bordelesa― y sus reservas privadas de nebbiolo y cabernet sauvignon, son también favoritos en varios sentidos, en particular el de uva de origen italiano. Todos ellos fueron tomados en cuenta por su relación calidad/precio, disponibilidad y consistencia. Parece que el tema de la emoción que producen los vinos de los Cetto es su punto débil, pero es difícil exigirlo todo ¿no cree? Sin embargo, allí está su línea premium, Ángelo Cetto, que habrá que examinar.
            Santo Tomás, la bodega ensenadense que produce caldos desde el siglo antepasado, sobresalió con sus tintos Duetto, Único, Sirocco y Cabernet. Tienen una amplísima gama de variedades y costos, que va desde los generosos hasta los tintos de más de mil pesos. Nuestros entrevistados destacaron cierta emoción en Duetto y Único, más su calidad y disponibilidad que su precio justo: el promedio de estos cuatro vinos ronda los $500. Sus vinos más accesibles no fueron nombrados.
            Casa Madero, la vinícola coahuilense que presume ser la más antigua de América, colocó tres vinos de su línea Casa Grande dentro de nuestro sondeo: cabernet, shiraz y chardonnay, éste con similar grado alcohólico que sus hermanos tintos. Los participantes señalaron que los familiares de don Francisco I. Madero han sido muy regulares en su calidad, que han logrado un estilo definido y estimaron la particularidad del terruño del Valle de Parras, sin embargo, sus líneas más accesibles no llamaron la atención: los referidos se cotizan entre $300 y $600.
            No pocos consideraron que Casa Grande shiraz ha sido el mejor vino mexicano que han catado, pero su Casa Grande cabernet sauvignon, al final, resultó ser el de precio más bajo dentro de los tres punteros absolutos y el más consistente.
            Hemos de confesar que fue una gran sorpresa hallar entre los cuatro más mencionados la etiqueta de una vinícola que no imaginábamos resultase un sinónimo de excelencia en espacios más plurales: Chateau Domecq. Apenas por arriba de los $200, esta mezcla de cabernet, merlot y nebbiolo ―de la cual se embotellan más de diez mil cajas anuales― es el mejor vino mexicano de menos de 20 dólares para muchos.
            Parece que la capacidad económica de la multinacional Pernod-Ricard ha acertado en el fichaje de sus enólogos y que en esta experimentada bodega bajacaliforniana conocen perfectamente el gusto de los consumidores mexicanos. De Chateau Domecq se dijo que siempre ha tenido una inmejorable disponibilidad, excelente relación calidad/precio y gran consistencia en sus cosechas, estos fueron los tinos referidos de un tinto que habrá que redescubrir.
            En la memoria de la mayoría de los enófilos que nos hicieron el favor de participar en esta averiguación, los mejores vinos mexicanos son Mogor Badán, Piedra e Ícaro. En este orden, coincide que el de precio más bajo es el más propuesto: Mogor ($550), y el más caro es el tercero más célebre: Ícaro ($850). Vino de Piedra ($750) es la estrella del antiguo empleado de Santo Tomás y enólogo ubicuo en Ensenada: Hugo D’Acosta.
            Albarolo; Contraste; Gran Vino Tinto, de Chateau Camou; Jalá; Passion Meritage, de San Rafael; Cabernet y Gran Ricardo, de Monte Xanic y todos los “arcángeles” de Adobe Guadalupe fueron nombrados al menos una vez como cima de la viticultura mexicana.
            Es importante recordar aquí que existe una cantidad cada día mayor de etiquetas nacionales con producción y disponibilidad bastante limitadas que quedaron fuera de la muestra por esto mismo: Cru Garage, Marijá, Xin, Marella, Kojaá, Bella Terra, L, entre otros que fueron mencionados por nuestros contribuyentes, son productores que sacan a la venta en promedio 2 mil botellas al año (Piedra sale casi con 40,000).
            Naturalmente, este resumen no difiere mucho de las tendencias del mercado: si se toman en cuenta nuestros criterios, están los que son y son lo que están. Como en cualquier otro, en el negocio del vino importan mucho la trayectoria, la fama y la imagen: estos conceptos influyen poderosamente las apreciaciones de los aficionados, de por sí muy subjetivas.
            En lo particular, el 2011 no fue tan fecundo como hubiéramos deseado en cuanto a catas de vinos mexicanos se refiere: las oportunidades que tuvimos de examinar nuestra producción nacional se centraron en estos vinos “artesanales”, muchas veces de primera cosecha o de embotellado único.
            No encontramos mucho provecho en reseñar para esta ocasión etiquetas poco accesibles, por lo tanto, aparte de hacer memoria de un puñado de botellas que cumplieron con el requisito más importante en nuestro gusto: la emoción, nos dimos a la tarea de realizar una cata a ciegas, ex profeso, de algunos vinos cuyo precio no supera los $100 y pueden adquirirse casi en cualquier lado.
            Como hemos expresado en otras ocasiones, sentimos que la asignatura pendiente de la vitivinicultura nacional ha sido el equilibrio. Tanto en sus cualidades como en el precio, a los vinos mexicanos les ha faltado redondez. En muchos casos, la falta de precisión o enfoque, el exceso de salinidad o la sobremaduración han dado al traste con un aroma que salta de la copa, un varietal muy expresivo o la afortunada extravagancia de las mezclas.
            Teniendo esto en cuenta, recordamos con cariño ese retrogusto íntimo y elocuente llamado sobremesa que produjeron algunas de nuestras etiquetas: la sorpresa armónica y profundidad de un Passion Meritage 2006; la rotundidad expresiva de un Único 2000 de Santo Tomás; el estilo definido de un Emevé Malbec 2008; el respeto por el terruño de un Casa Grande Shiraz 2002; la elegancia, dentro de su contexto, de un Mogor Badán 2000 y de un Chateau Camou Gran 2001; incluso de un L.A. Cetto Zinfandel de cuya cosecha no podemos acordarnos.
 
¿Cuál es el mejor vino mexicano de menos de $100?
Realizamos pues, caro lector, la cata a ciegas con vinos nacionales de menos de $100, con la condición de que estuvieran disponibles en todos lados. Los tintos elegidos fueron: de L.A. Cetto, Petite Sirah 2009; de Casa Madero, San Lorenzo cabernet-tempranillo 2010; de Santo Tomás, Misión 2009 y de Domecq, XA cabernet sauvignon (la etiqueta no marca la añada).
            Todas las botellas se adquirieron en el mismo establecimiento (una tienda especializada que tiene un manejo correcto del producto) un par de días antes de la cata, las etiquetas se cubrieron y se descorcharon una hora antes de servirse, sin decantar, a 17° C. Los amables colaboradores de la prueba fueron una muestra bastante honrosa del consumidor mexicano característico, del segmento que más ha crecido en los últimos años, es decir, hombres y mujeres de 30 a 40 años que toman vino con cierta regularidad.
            El tinto que menos gustó, sorpresivamente, fue uno de los más premiados dentro de este rubro e incluso fue nombrado reiteradamente por nuestros enófilos encuestados hace unas semanas: Petite Sirah de L.A. Cetto. Nuestra apreciación personal coincidió con la de los demás catadores, fue el vino que menos nos agradó: una expresión cetrina en nariz, desequilibrado, astringente, sin cuerpo y con un final amargo. Nada como lo que habíamos probado hace algunos años.
            En tercer lugar quedó San Lorenzo. El cabernet-tempranillo de Casa Madero es un vino correcto, fácil de beber. Quizás con algo más de aire y menor temperatura podría disfrutarse en una tarde templada para acompañar un pepito de filete o unas costillitas BBQ. Es el vino menos asequible y con menor disponibilidad entre los concursantes. Los catadores opinaron que preferían gastar algo más de dinero y beber un cabernet o un chardonnay de la misma bodega parrense.
            El segundo lugar, muy cerca del primero, fue para XA Cabernet, de Pedro Domecq. De nuevo sorprende que un producto de esta casa supere a otros vinos, en papel, de hechuras más pulidas: una lección más ante los prejuicios. Es un tinto, para su precio, bastante equilibrado en todos los sentidos y ―lo mejor― puede comprarse prácticamente en cualquier tiendita de la esquina. Podríamos decir que el apelativo de “vino de batalla” no hace justicia a este decente cabernet.
            El vino que más gustó fue Misión, de Santo Tomás. Es un tinto diseñado para beberse a diario, acompañando la comida: tacos al carbón, al pastor, un bistec a la parrilla o una baguette con carnes frías y quesos sutiles. Esta mezcla de cariñena y tempranillo tiene un aroma predominantemente frutal, un paso por boca ligero y equilibrado y un final agradable. Se beneficia de una decantación breve y conviene servirlo a una temperatura de 16° C. Según la cata,  candidato a mejor vino mexicano de menos de $100.
            Como hemos conversado en otras ocasiones, la competencia para esta clase de caldos es exigente: existen en el mercado una amplia cantidad de vinos importados que no rebasan el precio definido y que, al menos, tienen una calidad equiparable. Deseamos que este año traiga excelentes cosechas a nuestras regiones, que haya consistencia en los vinos reseñados que más cualidades mostraron y que, poco a poco, se vaya definiendo un estilo propio, tan necesario para la anhelada consagración de nuestra viticultura.