Hablar de los mejores vinos del 2011 no supone,
en nuestro entendimiento, hablar de los lanzamientos. Nos parece un error que
las botellas sean juzgadas el mismo año de su comercialización. Si bien algunos
tintos, blancos, espumosos y la mayoría de los rosados están en un buen momento
cuando las bodegas los destetan, muchas botellas adquieren una vida propia y se
expresan en las copas de los consumidores años después. Los veredictos cobran
importancia, como el eslogan de la Rioja dice, hasta que son bebidos.
Durante el año pasado, nuestros amables
lectores nos cuestionaron con frecuencia en dos sentidos: primero, cuál es el
mejor vino mexicano en nuestra experiencia y, segundo, cuáles son las mejores
etiquetas de precio moderado que pueden adquirirse en nuestro país. Pues bien,
atendiendo a estas preguntas, hicimos un ejercicio cuyos resultados exponemos
en este texto.
¿Cuál
es el mejor vino mexicano?
Fue necesario realizar una pequeña encuesta
entre enófilos ―avezados y novatos, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, de distintas
capacidades económicas― para poder ofrecer algo más que una opinión personal,
sin embargo, no rehuiremos el compromiso y añadiremos finalmente nuestras apreciaciones.
La
intención, además de tratar de ofrecer una respuesta general a los correos
recibidos, es que usted, caro lector, adquiera una referencia más para sus
compras y también que pueda decir algo sobre el vino que tenga la oportunidad
de compartir con su familia o amigos.
Es
importante señalar que hemos pedido a nuestros colaboradores que abordasen la
gradación tomando en cuenta los factores que tradicionalmente se han atendido
en este espacio: relación calidad/precio, disponibilidad, consistencia en su
historia y emoción. Empezaremos por comentar los hallazgos de nuestra pesquisa
en pos del vino mexicano más valorado por nuestra muestra, la cual arrojó un
total de unos 30 vinos dignos de reseñar.
Aunque
las nuevas formas y fondos de la vitivinicultura mexicana son muy recientes
dentro de la línea temporal de la historia moderna del vino, existe un camino
trazado durante veinte años al menos. Hoy es posible apreciar y juzgar la
evolución de algunas bodegas y de lo que parieron a partir de la revolución de
finales del siglo pasado. El sueño de instalarse como una referencia en el
mercado mundial requiere de paciencia y solidez, de mucha sensibilidad y
honestidad para definir un estilo.
La
bodega que obtuvo más menciones fue L. A. Cetto. Don Ángelo desde 1928, Luis
Agustín desde 1963 y hoy Luis Alberto, formaron la vitivinícola más premiada de
nuestro país. Pionera del Valle de Guadalupe, en Baja California Norte, su Petite
Sirah resultó ser el vino más económico entre la treintena ($85) y Don Luis
viognier, el blanco más apreciado en todos los sentidos ―cosa sorprendente para
una variedad poco consumida en nuestro territorio―.
Don
Luis Terra ―una mezcla tipo bordelesa― y sus reservas privadas de nebbiolo y
cabernet sauvignon, son también favoritos en varios sentidos, en particular el
de uva de origen italiano. Todos ellos fueron tomados en cuenta por su relación
calidad/precio, disponibilidad y consistencia. Parece que el tema de la emoción
que producen los vinos de los Cetto es su punto débil, pero es difícil exigirlo
todo ¿no cree? Sin embargo, allí está su línea premium, Ángelo Cetto, que habrá que examinar.
Santo
Tomás, la bodega ensenadense que produce caldos desde el siglo antepasado, sobresalió
con sus tintos Duetto, Único, Sirocco y Cabernet. Tienen una amplísima gama de
variedades y costos, que va desde los generosos hasta los tintos de más de mil
pesos. Nuestros entrevistados destacaron cierta emoción en Duetto y Único, más su
calidad y disponibilidad que su precio justo: el promedio de estos cuatro vinos
ronda los $500. Sus vinos más accesibles no fueron nombrados.
Casa
Madero, la vinícola coahuilense que presume ser la más antigua de América,
colocó tres vinos de su línea Casa Grande dentro de nuestro sondeo: cabernet,
shiraz y chardonnay, éste con similar grado alcohólico que sus hermanos tintos.
Los participantes señalaron que los familiares de don Francisco I. Madero han
sido muy regulares en su calidad, que han logrado un estilo definido y estimaron
la particularidad del terruño del Valle de Parras, sin embargo, sus líneas más
accesibles no llamaron la atención: los referidos se cotizan entre $300 y $600.
No
pocos consideraron que Casa Grande shiraz ha sido el mejor vino mexicano que han
catado, pero su Casa Grande cabernet sauvignon, al final, resultó ser el de
precio más bajo dentro de los tres punteros absolutos y el más consistente.
Hemos
de confesar que fue una gran sorpresa hallar entre los cuatro más mencionados
la etiqueta de una vinícola que no imaginábamos resultase un sinónimo de excelencia
en espacios más plurales: Chateau Domecq. Apenas por arriba de los $200, esta
mezcla de cabernet, merlot y nebbiolo ―de la cual se embotellan más de diez mil
cajas anuales― es el mejor vino mexicano de menos de 20 dólares para muchos.
Parece
que la capacidad económica de la multinacional Pernod-Ricard ha acertado en el
fichaje de sus enólogos y que en esta experimentada bodega bajacaliforniana
conocen perfectamente el gusto de los consumidores mexicanos. De Chateau Domecq
se dijo que siempre ha tenido una inmejorable disponibilidad, excelente relación
calidad/precio y gran consistencia en sus cosechas, estos fueron los tinos referidos
de un tinto que habrá que redescubrir.
En
la memoria de la mayoría de los enófilos que nos hicieron el favor de
participar en esta averiguación, los mejores vinos mexicanos son Mogor Badán,
Piedra e Ícaro. En este orden, coincide que el de precio más bajo es el más
propuesto: Mogor ($550), y el más caro es el tercero más célebre: Ícaro ($850).
Vino de Piedra ($750) es la estrella del antiguo empleado de Santo Tomás y enólogo
ubicuo en Ensenada: Hugo D’Acosta.
Albarolo;
Contraste; Gran Vino Tinto, de Chateau Camou; Jalá; Passion Meritage, de San
Rafael; Cabernet y Gran Ricardo, de Monte Xanic y todos los “arcángeles” de
Adobe Guadalupe fueron nombrados al menos una vez como cima de la viticultura
mexicana.
Es
importante recordar aquí que existe una cantidad cada día mayor de etiquetas
nacionales con producción y disponibilidad bastante limitadas que quedaron
fuera de la muestra por esto mismo: Cru Garage, Marijá, Xin, Marella, Kojaá,
Bella Terra, L, entre otros que fueron mencionados por nuestros contribuyentes,
son productores que sacan a la venta en promedio 2 mil botellas al año (Piedra
sale casi con 40,000).
Naturalmente,
este resumen no difiere mucho de las tendencias del mercado: si se toman en
cuenta nuestros criterios, están los que son y son lo que están. Como en
cualquier otro, en el negocio del vino importan mucho la trayectoria, la fama y
la imagen: estos conceptos influyen poderosamente las apreciaciones de los
aficionados, de por sí muy subjetivas.
En
lo particular, el 2011 no fue tan fecundo como hubiéramos deseado en cuanto a
catas de vinos mexicanos se refiere: las oportunidades que tuvimos de examinar
nuestra producción nacional se centraron en estos vinos “artesanales”, muchas
veces de primera cosecha o de embotellado único.
No
encontramos mucho provecho en reseñar para esta ocasión etiquetas poco
accesibles, por lo tanto, aparte de hacer memoria de un puñado de botellas que
cumplieron con el requisito más importante en nuestro gusto: la emoción, nos
dimos a la tarea de realizar una cata a ciegas, ex profeso, de algunos vinos cuyo
precio no supera los $100 y pueden adquirirse casi en cualquier lado.
Como
hemos expresado en otras ocasiones, sentimos que la asignatura pendiente de la
vitivinicultura nacional ha sido el equilibrio. Tanto en sus cualidades como en
el precio, a los vinos mexicanos les ha faltado redondez. En muchos casos, la
falta de precisión o enfoque, el exceso de salinidad o la sobremaduración han
dado al traste con un aroma que salta de la copa, un varietal muy expresivo o
la afortunada extravagancia de las mezclas.
Teniendo
esto en cuenta, recordamos con cariño ese retrogusto íntimo y elocuente llamado
sobremesa que produjeron algunas de nuestras etiquetas: la sorpresa armónica y
profundidad de un Passion Meritage 2006; la rotundidad expresiva de un Único
2000 de Santo Tomás; el estilo definido de un Emevé Malbec 2008; el respeto por
el terruño de un Casa Grande Shiraz 2002; la elegancia, dentro de su contexto,
de un Mogor Badán 2000 y de un Chateau Camou Gran 2001; incluso de un L.A.
Cetto Zinfandel de cuya cosecha no podemos acordarnos.
¿Cuál
es el mejor vino mexicano de menos de $100?
Realizamos
pues, caro lector, la cata a ciegas con vinos nacionales de menos de $100, con
la condición de que estuvieran disponibles en todos lados. Los tintos elegidos
fueron: de L.A. Cetto, Petite Sirah 2009; de Casa Madero, San Lorenzo
cabernet-tempranillo 2010; de Santo Tomás, Misión 2009 y de Domecq, XA cabernet
sauvignon (la etiqueta no marca la añada).
Todas
las botellas se adquirieron en el mismo establecimiento (una tienda
especializada que tiene un manejo correcto del producto) un par de días antes
de la cata, las etiquetas se cubrieron y se descorcharon una hora antes de
servirse, sin decantar, a 17° C. Los amables colaboradores de la prueba fueron
una muestra bastante honrosa del consumidor mexicano característico, del
segmento que más ha crecido en los últimos años, es decir, hombres y mujeres de
30 a 40 años que toman vino con cierta regularidad.
El
tinto que menos gustó, sorpresivamente, fue uno de los más premiados dentro de
este rubro e incluso fue nombrado reiteradamente por nuestros enófilos
encuestados hace unas semanas: Petite Sirah de L.A. Cetto. Nuestra apreciación
personal coincidió con la de los demás catadores, fue el vino que menos nos
agradó: una expresión cetrina en nariz, desequilibrado, astringente, sin cuerpo
y con un final amargo. Nada como lo que habíamos probado hace algunos años.
En
tercer lugar quedó San Lorenzo. El cabernet-tempranillo de Casa Madero es un
vino correcto, fácil de beber. Quizás con algo más de aire y menor temperatura
podría disfrutarse en una tarde templada para acompañar un pepito de filete o
unas costillitas BBQ. Es el vino menos asequible y con menor disponibilidad
entre los concursantes. Los catadores opinaron que preferían gastar algo más de
dinero y beber un cabernet o un chardonnay de la misma bodega parrense.
El
segundo lugar, muy cerca del primero, fue para XA Cabernet, de Pedro Domecq. De
nuevo sorprende que un producto de esta casa supere a otros vinos, en papel, de
hechuras más pulidas: una lección más ante los prejuicios. Es un tinto, para su
precio, bastante equilibrado en todos los sentidos y ―lo mejor― puede comprarse
prácticamente en cualquier tiendita de la esquina. Podríamos decir que el
apelativo de “vino de batalla” no hace justicia a este decente cabernet.
El
vino que más gustó fue Misión, de Santo Tomás. Es un tinto diseñado para
beberse a diario, acompañando la comida: tacos al carbón, al pastor, un bistec a
la parrilla o una baguette con carnes frías y quesos sutiles. Esta mezcla de
cariñena y tempranillo tiene un aroma predominantemente frutal, un paso por
boca ligero y equilibrado y un final agradable. Se beneficia de una decantación
breve y conviene servirlo a una temperatura de 16° C. Según la cata, candidato a mejor vino mexicano de menos de
$100.
Como
hemos conversado en otras ocasiones, la competencia para esta clase de caldos
es exigente: existen en el mercado una amplia cantidad de vinos importados que
no rebasan el precio definido y que, al menos, tienen una calidad equiparable.
Deseamos que este año traiga excelentes cosechas a nuestras regiones, que haya
consistencia en los vinos reseñados que más cualidades mostraron y que, poco a
poco, se vaya definiendo un estilo propio, tan necesario para la anhelada
consagración de nuestra viticultura.
Buenísima tu crónica del 12 de enero, intentaré probar alguno, iré a ver cuál encuentro. Para las personas como yo que no somos conocedores es muy valiosa una guía como esta. Gracias! Un abrazo
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