Como hemos comentado en distintas
ocasiones, el mercado contemporáneo del vino está subyugado por un puñado de
críticos influyentes. Sus juicios fijan precios alrededor del mundo, dictan lo
que ocupará los anaqueles de las tiendas especializadas —sobre todo en la superpotencia
compradora norteamericana—, desprecian marcas, encumbran, rigen.
Hace
unos meses, la revista The Wine Advocate del
gurú Robert Parker asignó al inglés Neal Martin, un joven escritor de vinos independiente,
que asumiera las regiones reseñadas durante muchos años por el veterano Jay
Miller. Durante la primavera, el primer encargo de Martin fue conformar un
capítulo sobre la cata de unos doscientos vinos del Priorat y un par de episodios retrospectivos: Vega Sicilia Único y
Pingus, dos luminarias indiscutibles del firmamento español. Hasta aquí, la
nariz del británico mantuvo los números más o menos cercanos a los de su
antecesor.
En
septiembre apareció su examen de la Rioja y las sorpresas fueron mayores. La
publicación de Parker tiene la fama de preferir vinos con mucho cuerpo, una
gran presencia frutal y tánica, con dilatados músculo, expresión y personalidad:
vinos de corte moderno: un estilo global, según se ha dicho. Si bien las excepciones que confirman esta reputación
son numerosísimas, será difícil que el abogado baltimoreano y sus asociados se
sacudan esta etiqueta. Tomando como punto de referencia esta percepción
típicamente pragmática de la cultura del vino, es de notar que algunos caldos
de corte tradicional que hasta hace poco habían sido relegados a habitar el
fondo de los escalafones riojanos, aparezcan en el artículo de Martin en la
cima de la viticultura de esta celebrada región.
Tampoco
es que el flamante salomón haya de plano invertido con sus calificaciones la supuesta
constante editorial del boletín: siguen apareciendo en la cumbre algunas de las
creaciones de los enólogos más vanguardistas, ejerciendo una selección quizás más
exigente —según su particular enfoque— de lo que un Rioja que se precie tendría
que ser, sobre todo en el sentido de su particularidad.
Entre
los primeros cuarenta vinos —los que alcanzan como mínimo los 95 puntos en el
artículo de Martin—, sólo podemos hallar un puñado de botellas criadas en
bodegas identificadas con el nuevo estilo en la D.O.C. (Benjamín Romeo y Finca
Allende) y de otros tres o cuatro productores que pretenden encontrar un
equilibrio entre lo clásico y lo moderno (Telmo Rodríguez, Fernando Remírez de
Ganuza, Artadi y Luis Cañas). Todo lo demás es López de Heredia, Riscal, La
Rioja Alta, Muga, Cvne, Murrieta… Bodegas centenarias que mantienen el espíritu
de la Rioja de largas crianzas y métodos tradicionales: lo contrario al trabajo
de Jay Miller, en donde prácticamente sólo las cosechas históricas de estas
casas (1870, 1879, 1934, 1942, 1945, 1952, 1954…) encuentran lugar en estos
cielos.
Si
bien nuestros gustos no se ajustan a los criterios de los críticos, no hay
empacho en reconocer que es agradable enterarse de que los líderes de opinión
confirman nuestras intuiciones: lo degustado y atesorado por décadas por fin encuentra su
lugar en el podio global. Nos ha dado gusto esta revalorización de la Rioja
clásica, quizás con la salvedad de que sus precios, moderados por los años de
lejanía con la moda, sin duda volverán a subir. En unos años el péndulo volverá
a dar su bandazo, mientras tanto, nos abocaremos a buscar esos grandes riojas
que se salgan del candelero.
Hasta
aquí, todo bajo control. Pero las revisiones recién salidas del horno de Neal Martin
no dejan de evidenciar el apuntado cambio de rumbo; verbigracia: sin salirse
aún de la península ibérica, el crítico inglés califica ahora en noviembre a la cosecha más
reciente de Quincha Corral, la 2009, con 86 puntos. En dos distintas ocasiones,
sólo hace unas semanas, tuvimos la fortuna de catar la colecta 2001 de este vino
doblemente único: un cien por ciento bobal [¿bo… qué? —una variedad de uva
supuestamente austera, típica de la región valenciana—] que de forma
insospechada impuso su carácter en mesas presididas por contendientes míticos,
como Valsotillo Gran Reserva 1994, Arzuaga Gran Reserva 2001, Numanthia 2004 o Malleolus
de Valderramiro 2001.
No
llama tanto la atención que el también terapeuta infantil, el doctor Jay, haya otorgado en su
momento 95 puntos a esta joya sorprendente, sino lo que entonces escribió sobre
él: “una mezcla hipotética de un grand cru de burdeos y un encumbrado rhone septentrional de Hermitage”. Si bien no hemos probado la
cosecha 2009 de este mustiguillo (que está considerada tan buena como la 2001 en este pago utielano
y que José Peñín califica con los mismos 95 de Jay Miller-2001) nos cuesta creer
que haya descendido tanto su calidad como lo propone Martin.
Pero la cosa no para allí: en la
misma edición de la revista, Neal reseña casi mil etiquetas de Argentina. Lo
primero que salta a la vista y mete a nuestra hipótesis (banal, quizás, pero sin
duda sabrosa) dentro de lo razonable es que, en un país en donde la calidad de
las cosechas es bastante regular, la distancia entre los puntajes otorgados por
Miller y los del nuevo árbitro sea tan sustancial.
Sin ir más allá, algunos de los
vinos históricos del país andino, como el Achaval Ferrer Finca Altamira 2006 es
recortado hasta en 4 puntos por Martin, lo cual representa, en estas cimas,
todo un cambio de liga y ¡estamos hablando del mismo vino!, incluso, de uno seguramente más
redondo y más cercano a su plenitud para esta nueva fecha de cata. Casi toda la
gama de Achaval, una de las bodegas encumbradas por Miller, sufre un bajón
similar.
Lo mismo sucede con Viña Cobos: el
casi perfecto para nuestra alma Malbec Marchiori Vineyard 2006 que reseñamos el
año pasado (99 puntos, Miller), un vino que superó los 95 puntos de la
publicación que nos ocupa durante diez años consecutivos, cae a los 92 puntos
dentro del paladar de Neal en su versión 2010.
Todo este análisis no saldría de lo
anecdótico y lo obvio —cada nariz es un mundo— si
no fuera porque lo que un aficionado al vino espera de su abogado, primordialmente, es honestidad, pero también consistencia.
Si uno va captando el gusto de un crítico será más provechosa su guía; si se
sabe que Parker, es decir, si se sabe que sus asociados desvalorarán, por
ejemplo, el estilo más clásico de la Rioja y supervalorarán todo lo que produce
o importa a su país Jorge Ordóñez, podremos ajustar su evaluación a nuestro paladar al momento de la compra, que es para lo que sirve gastarnos unos
dólares en la suscripción.
Se conoce (ya instalados en este
ánimo), por ejemplo, que a los catadores de Wine
Spectator no les parece extraordinario ningún vino español de este siglo que
no haya sido criado en las cavas de Emilio Moro, Numanthia o LAN; que Peñín está
convencido de que un fino La Ina es tan soberbio como un Pingus y que a todos
los críticos afamados les huele casi igual un muy buen Mas La Plana que un sobrenatural Grans Muralles,
ambos de Torres. Pero eso ya se conoce. La
cuestión es andar rastreando en el celular al autor de determinada nota dentro de una misma web
cuando estamos frente a trescientas opciones en la tienda…
En fin, esto no es más que una de
las partes lúdicas de la afición enológica. Como todas las artes, la música
esencial de la vinicultura sólo resuena en los sentidos de quien la disfruta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe aquí tu comentario. Muchas gracias.