Es común que la gente que comienza a
entusiasmarse con el vino se pregunte cómo es posible que una botella de 750
ml. de jugo de uva fermentado supere las decenas de miles de pesos (o dólares,
en algunos casos). Un mexicano promedio tendría que invertir un año de trabajo
o más para adquirir una añada cualquiera de Romanée-Conti, Petrus, Monfortino,
Pingus o Screaming Eagle.
¿Estas
etiquetas ofrecen una calidad veinte veces mejor que, digamos, un gran vino latinoamericano?
¿Son cientos de veces superiores a las botellas que adquirimos normalmente y
disfrutamos tanto? Ante estas cuestiones, dos personajes del mundo enológico
decidieron --uno en los setenta y otro la década pasada-- poner a prueba los
onerosos mitos de la vinicultura mundial.
Steven
Spurrier es un negociante inglés que en 1970 convenció a una anciana parisina
de venderle su pequeña tienda adyacente a la Plaza de la Concordia con la
intención no sólo de vender vino a los franceses, sino de enseñarles algo sobre
su propio producto. En 1976 le surgió una idea para publicitar su negocio: comparar
los mejores cabernets y chardonnays californianos --que en esas épocas eran
vinos asequibles, desconocidos en el resto del mundo-- con algunos de los vinos
más afamados de Francia.
Spurrier
organizó una cata a ciegas a la cual invitó a un grupo de personalidades
francesas como jueces: periodistas, gastrónomos, sumilleres, funcionarios.
Dispuso 6 tintos y 6 blancos americanos ante 4 tintos y 4 blancos franceses, de
cosechas entre 1969 y 1974. Durante la degustación a ciegas, algunos jueces
comenzaron a dudar sobre el origen de tal o cual copa, estas vacilaciones
generaron intercambios de opinión con el vecino, incluso discusiones,
finalmente reinó la incertidumbre.
Para sorpresa de todos --incluido
el propio mercante británico (autor de la famosa máxima enológica de las 3 bes:
Burdeos, Borgoña y balance)-- los vinos que acumularon más puntos resultaron
ser ambos californianos: entre los rojos, Stag’s Leap superó a Mouton-Rotschild,
Montrose, Haut-Brion y Leoville-Las Cases. Chateau Montelena triunfó en la
categoría de chardonnays por encima del borgoñón Mersault Charmes Roulot,
siguieron Chalone y Spring Mountain por delante de Beaune Clos des Mouches de
Joseph Drouhin y luego Freemark Abbey, antes que un par de montrachets.
La prensa francesa de la
época, en su mayoría, ignoró o desdeñó el concurso; unos cuantos adujeron que
los caldos bordeleses y borgoñones necesitaban mayor tiempo para alcanzar su
plenitud… La cuestión es que Spurrier no se salvó de la cólera de los líderes
de la industria vitivinícola gala, para quienes fue un paria durante muchos
años. Por otro lado, el único periodista norteamericano presente en el evento,
George Taber, publicó la historia en la famosa revista Time y el artículo
contribuyó a germinar la gran revolución que cambió el mundo del vino para
siempre: entre otras cosas, hoy en día las etiquetas californianas más
reconocidas superan en precio a los grandes crus de Burdeos.
El
24 de mayo de 2006, treinta años después del “Juicio de París”, algunos de los
jueces originales junto a otros nuevos se reunieron simultáneamente en Napa y
Londres para catar exactamente los mismos tintos de 1976. Los críticos estaban
seguros que el tiempo en botella pondría en su lugar a los californianos esta
vez, que la legendaria estructura y potencial de guarda de Burdeos regresaría
las aguas a su cauce… Ridge, Stag’s Leap, Mayacamas, Heitz y Clos du Val
ocuparon los 5 primeros lugares, seguidos de Mouton, Montrose, Haut-Brion y Las
Cases: Napa había triunfado de nuevo y con mayor contundencia.
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