viernes, 19 de agosto de 2011

El vino y la salud


Todos hemos escuchado alguna vez que el vino, bebido con moderación, es bueno para la salud. Los estudios serios han demostrado que los beneficios del vino provienen de las semillas y los hollejos de las uvas, de sustancias como la quercetina colorante, las flavonas, los taninos y los polifenoles, principalmente el famoso resveratrol, que defiende a la uva de algunas infecciones y en el hombre aporta antioxidantes, por tanto, entre otras cosas, ayuda a prevenir enfermedades.
            Estos elementos sólo están presentes en tintos de cierta calidad puesto que otro tipo de mostos desechan las partes de la vid que los contienen antes del proceso de vinificación; por ejemplo, un vino blanco no los tiene. Los efectos positivos de un par de copas de tinto al día son cardiovasculares, anticancerígenos, metabólicos, antiinfecciosos y nutricionales, pero las mercedes más evidentes son las neuropsiquiátricas y, en un plano lateral, las espirituales.
            Como es bien sabido, la salud es un criterio integral. Un buen vino tinto mejora el estado de ánimo; disminuye las inhibiciones, el estrés, los estados depresivos; favorece la socialización; realza el sabor de los alimentos; mejora las funciones cognitivas y hasta tiene efectos analgésicos. Ojo, un buen vino tinto.
            Un gran tinto, además, produce un goce sensorial y estético único; promueve el afecto, los sentimientos apacibles, el deleite, la amabilidad, la generosidad, la simpatía, la alegría, estrecha a quienes lo comparten; genera pensamientos sanos y abiertos, mueve a la reflexión y despierta los sueños. Mientras mejor sea el vino, más profundas y memorables serán las emociones que produzca.
            Pero un mal vino, en nuestra opinión, no puede ser bueno para la salud. Un mal vino puede afectarnos el estómago, produce una sensación muy desagradable en la zona posterior de la mandíbula, debajo de las orejas; nos pone de mal humor, incluso puede arruinar un buen momento o la comida que lo acompaña.
            En esta ocasión lamentamos tener que comentar una de esas botellas deleznables. Es también parte de la afición; como hemos dicho, el precio no define la calidad. Tuvimos la desdicha de encontrarnos con un burdeos proveniente de la misma región que el vino que elevábamos a las estrellas hace unos meses: Leoville Las Cases. Saint-Julien es una de nuestras denominaciones francesas preferidas, sin embargo, esta particular botella de un Chateau cuyo nombre nos reservaremos hasta no darle otra oportunidad, ha sido sin lugar a dudas el peor vino de más de 300 pesos que hemos catado.
            Una de las cualidades más importantes de un caldo es que contenga al menos alguna de las características de su terruño, que sea una expresión afortunada de él: esta botella no tenía una sola. Fue necesaria una copa de helado de vainilla tibio para remover en lo posible la obstinada acidez en nuestra quijada e intentar no afectar al vino siguiente. Apartamos las copas luego de probar todos y cada uno de los recursos que podían ayudar a que fuera tomable.
            Es cierto que el vino era joven (2008), pero no podía apreciarse ningún indicio de que lograría desenvolverse con el tiempo; además, un productor no debería sacar una añada al mercado a menos de que sea accesible. Tampoco fue notorio algún defecto de encorchado, manejo o almacenamiento. En fin, como hemos dicho antes: el vino es muy caprichoso, no se trata de crucificar a un bodeguero por una botella, menos a uno tan distinguido como Bruno Borie, quien produce también el prodigioso Ducru-Becaillou: hace unos años, aquel vino elegante y hondo nos hizo entonar la Marsellesa.

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