martes, 7 de diciembre de 2010

La retórica del futbol

Para Carlos y Jorge

Desde la cima de la literatura contemporánea se ha escrito de futbol. Poetas definitivos como Rafael Alberti (“Platko”) o Miguel Hernández (“Elegía al guardameta”); el flamante premio Nobel Mario Vargas Llosa (“La tía Julia y el escribidor”); plumas brillantes como el brasileño Vinicius de Moraes (“El ángel de las piernas tuertas”), Juan Villoro (“Dios es redondo”) o Eduardo Galeano (“El futbol a sol y sombra”) —entre muchos otros— han cantado las hazañas de los nuevos héroes. El deporte más popular del mundo tiene algo que encandila a los artistas, sobretodo en sus virtuosos.
            Además de las exquisiteces que algunos futbolistas superdotados han pincelado sobre el paño, el deporte ofrece motivos que superan a cualquier ficción en esteroides: El jugador más elegante de todos los tiempos, Zinedine Zidane, propinó —ante una provocación verbal— un furioso cabezazo a uno de los zagueros más violentos de la tradicionalmente defensiva Italia, Marco Materazzi, en la final del mundial de 2006… El que sufría usualmente las patadas se convirtió en agresor, el verdugo se transformó en víctima, los atributos del villano engañaron y poseyeron al semidiós que falló y quedó vencido, arrastrando en su debacle a todo su equipo y a todo su pueblo.
            En el verano de 2008, luego de que Luis Aragonés llevara a una generación extraordinaria de jugadores peninsulares al campeonato de la Eurocopa de Austria-Suiza —en donde la selección española avasalló a la gran mayoría de sus contrincantes—, Josep Guardiola, un antiguo centrocampista culé, se convirtió en el entrenador del Futbol Club Barcelona.
            Del equipo titular de Aragonés, sólo tres pertenecían al Barcelona de entonces: Puyol, Xavi Hernández e Iniesta. Guardiola estructuró su equipo con base en esta idea —discutiblemente— y alrededor de uno de los mejores futbolistas del mundo, Lionel Messi. La sinergia no pudo resultarles mejor: Liga, Copa de España, Champions —se convirtieron en el único equipo que juega en la liga de España y en el quinto europeo en ganar el anhelado triplete—, Supercopa de España, Supercopa de Europa y Mundial de Clubes —ninguno había conseguido sincrónicamente los 6 títulos oficiales antes—. Un año histórico.
            La selección española, ahora bajo la honesta sabiduría del madridista Vicente del Bosque —quien alineó a más barcelonistas en la final contra Holanda que de cualquier otro equipo—, ganó con todo merecimiento el Mundial de Sudáfrica. Por distintas circunstancias que no caben aquí, la mayoría de los aficionados culés no extrovierten los triunfos de España, sin embargo, en esta ocasión celebraron la victoria de un estilo tomado como propio.
            Algunos estarán cuestionando la pertinencia del futbol en los temas que atañen a esta columna: Como platicamos en la entrega más reciente, las vertientes del arte son muy amplias. En días en que el clásico español se esperaba equilibrado, el Barcelona metió 5 goles al Real Madrid. No es la cantidad lo que nos hace llamar la atención sobre ello, sino la magnitud estética que pueden alcanzar 11 hombres jugando a la pelota.
            Importa en menor medida quién es el artífice del estilo que ha ganado las copas apuntadas que la expresión en sí, que la perfección que ha rozado el grupo que hoy la ostenta. Una de las cualidades de la ejecución artística es hacer ver fácil lo difícil. El equipo de Guardiola, cuando está inspirado, genera en lo particular y en conjunto el sueño del futbol —y de Agamenón—: el de la eficacia que permite la retórica. Sin duda, el Barcelona del 29 de noviembre —como el que ya apuntaba contra el Bayern en los cuartos de final de la Champions de 2009— ha jugado el mejor futbol de la historia. 
             Lo firma, sin empacho y sin apuesta de por medio, un madridista de toda la vida.

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