miércoles, 27 de julio de 2011

Crímenes de leso arte y lesa humanidad (I)

El que destruye el arte, el que asesina al artista, atenta contra la humanidad.
            Domaine de la Romanée-Conti es una bodega que produce algunos de los vinos más célebres y reconocidos en el mundo; sus viñas en la Borgoña son una meca para los enófilos, quienes soñamos con el día en que advenga el privilegio de catar alguno de sus Grands Crus. La joya de la corona son las cinco mil botellas ―en promedio― que provienen cada año de las 1.8 hectáreas sembradas de pinot noir del viñedo Romanée-Conti. Algunos de sus equivalentes bordeleses ―Haut Brion, Lafite, Latour, Margaux, Mouton― embotellan de cada cosecha más o menos 50 veces esta cantidad. De ahí que cualquier añada de Romanée-Conti Romanée-Conti tenga un precio tan elevado, mejor ni dar cifras.
            Si esta expresión artística estuviera compuesta sólo de colores, sonidos, espacios, volúmenes, movimientos o palabras, si no fuera efímera, si su fin último no hiciera imposible la experiencia masiva, estaría disponible a la esfera pública igual que una pintura, una sinfonía, una catedral, una escultura, un poema…  su lugar, en vez de las cavas de los jeques, sería la galería, el teatro, el santuario, la biblioteca. Aunque es poco probable la anhelada experiencia, las aproximaciones de bodegas vecinas ―Vosne-Romanée Louis Jadot les Suchots 2006, por ejemplo― son divas de etéreos aromas a rosas y violetas, de profundos sabores a frutos negros que encienden la ilusión: los clásicos se disfrutan aun en sueños.
            Este irrepetible pedazo de tierra, este terruño único en el mundo, tiene unas características geológicas y climáticas que lo hacen ser considerado por los franceses ―todos los amantes del vino y de la cultura lo somos de alguna manera― como patrimonio nacional, es una parte muy importante de la historia del vino. No ha conocido otro uso desde la Edad Media: su prestigio fue creciendo de tal forma, que a finales del siglo XVIII su producción era consumida exclusivamente por la nobleza y sus invitados, entre ellos un pianista de nombre Wolfgang. Este viñedo, en nuestra estima, es un templo, un museo, un arrecife. Es tanto tierra sagrada como monumento histórico o maravilla natural.
            En enero de 2010, su propietario y director, Aubert de Villaine, recibió una nota advirtiéndole que debía pagar un millón de euros o sus parras serían envenenadas. Él pensó entonces que era una broma enfermiza pero no pasó mucho tiempo antes de recibir un segundo mensaje con la noticia de que dos vides ya habían sido intoxicadas. Al revisarlas, encontró que las plantas estaban muriendo y llamó a las autoridades. Luego de una verdadera novela negra, al salir de un cementerio donde recogió el fingido rescate, el cobarde enocida fue atrapado: era un antiguo estudiante de viticultura que pronto se quitó la vida en la cárcel. El nombre de este presunto Salieri, de este sociópata, no será reproducido por nuestra pluma.
            Muchas obras de arte han sido blanco de atentados. Muchas han sido destruidas por la violencia, la guerra, la ignorancia, la intolerancia. Aunque el daño o la muerte de la mejor parte de la civilización siempre sea tan dura, tan dolorosa, la pérdida de un ser humano ―sobre todo de uno tan humano― es algo intolerable, nos lastima en el nivel más alto de nuestra sensibilidad. Asesinar a tiros a un poeta pacifista es como matar a un niño usando su inocencia.

            Continuará…

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