viernes, 19 de noviembre de 2010

Juan Pablo Sánchez: una cosecha para guardar

El sábado pasado asistimos pues a la inauguración del Domo, ubicado dentro de las instalaciones de la Feria en esta ciudad de San Luis Potosí. Estaban anunciados Enrique Ponce, Sebastián Castella, Arturo Macías y Juan Pablo Sánchez, con toros de Arroyo Zarco: el cartel prometía y la plaza se llenó. Siempre hemos percibido que los cosos techados disponen de cierto ambiente “teatral” al espectáculo taurino; la barrera ambiental que genera, entre otras cosas, la luz artificial disminuye la intimidad o la sensación de participación a las que este público está acostumbrado, lo excluye, acentúa su calidad de “espectador”, lo cual hace menos inmediata la comunicación entre el artista y el respetable. Por otro lado, las ventajas ante el clima son evidentes.
            Como aficionados a los toros siempre hemos sido muy deficientes; aunque amamos la Fiesta y respetamos profundamente a todas las mujeres y a todos los hombres que se han puesto delante de un astado, nuestro interés y goce se ha ido limitando a la parte más artística de la tauromaquia. El milagro del arte —entendiéndolo como el instante de la emoción estética— aparece muy pocas veces en un ruedo, la mayoría de ellas solo en un detalle o un momento de inspiración. Los flamencos y los taurinos de cepa —entre ellos el poeta granadino Federico García Lorca— se refieren a este prodigio inefable con la palabra “duende”.
            Desde nuestro punto de vista, el sábado 13 de noviembre no brotó el duende. No fue porque los matadores hubieran ahorrado empeño, sino precisamente porque no dejaron de esforzarse —el arte llega solo en comunión, en distensión—. Aunque disfrutamos algunas pinceladas aquí y allá, lo relevante llegó en esta ocasión por vía de la técnica, la emoción fue más bien intelectual.
            Juan Pablo Sánchez tomó la alternativa en Nimes el pasado 18 de septiembre, no sumaba tres corridas de toros cuando hizo el paseíllo en el Domo. Triunfador del serial novilleril de las Ventas de Madrid apenas en agosto, heredero de una dinastía de toreros, el espada aguascalentense está en camino de convertirse en un maestro. En más de veinte años de ver corridas de toros, no habíamos presenciado un oficio tan correcto y tan formado en un diestro tan joven.            
            Los toreros “artistas”, en general, no se han caracterizado por poseer una técnica muy precisa, su ejecución danza sobre una base más intuitiva, más espontánea, más libre. Y, a su vez, los matadores que poseen una técnica depurada a menudo no sobresalen por su exquisitez o por su elegancia. Dentro de la excepción que significa el arte, subyace otra aún más excepcional: la que conjunta estas dos vertientes. No podemos decir que la hemos presenciado en más de un puñado de  ocasiones. Nos viene a la memoria una tarde húmeda en la Plaza México ante la genialidad de Morante de la Puebla, quien fue construyendo su faena sobre el zócalo de una lidia impecable a un toro que requería una muleta poderosa y terminó embrujándonos con la poesía rotunda de su mano izquierda.  
            Sobretodo la primera faena de Juan Pablo fue una clase para quien quiera aprender los fundamentos técnicos de la tauromaquia. Es muy difícil pronosticar si el duende llegará algún día —como en los vinos: quizás con la madurez—, sin embargo, ante tal despliegue de competencia y conocimiento, no dudamos que tiene herramientas suficientes para convertirse en figura.
            Sobre el muro de una bodega queretana reza la siguiente leyenda: “El vino es la única obra de arte que puede beberse”. Hace unos días tuvimos la oportunidad de degustar un par de vinos con duende. El próximo domingo conversaremos sobre ellos y sobre dos muy buenas noticias que nos trajo esta semana: el reconocimiento como patrimonio inmaterial de la humanidad, por parte de la UNESCO, del Flamenco y de la cocina tradicional mexicana.

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