miércoles, 16 de marzo de 2011

Crónica de una decantación anunciada (I)

Para Jorge Fernández García

La aireación de una botella suscita siempre vacilaciones: ¿La trasvasaremos o no?, ¿por cuánto tiempo?, ¿qué tipo de recipiente será el más recomendable?, ¿o quizás sólo la descorchamos con anticipación?, ¿qué técnica de decantación usaremos?... Es evidente que si hemos invertido tiempo, dinero y esfuerzo en un vino, deseamos obtener lo mejor de él.
            Imaginemos que hace unos años, en un viaje familiar, la prole practicaba el apasionante deporte del shoping. Nosotros —que habíamos comprado lo necesario horas antes— hacíamos el enésimo viaje al hotel para depositar los paquetes acumulados y volver al centro comercial. Al errar la circunvolución nos hallamos en un callejón desconocido; intentamos regresar a la avenida principal sin éxito y, tras muchos giros, terminamos por desorientarnos.
Luego de una hora había anochecido y decidimos detenernos a revisar el mapa. Al alzar la vista para buscar la placa de la calle, un pequeño letrero se nos cruzó: “Wine Cellar”. Titubeamos unos segundos y en seguida nos bajamos del coche —evidentemente— para indagar si alguien dentro de la enoteca podía darnos direcciones.
El establecimiento era encantador. Esperando a que alguien nos indicara la ruta de regreso a las tiendas, nos detuvimos en cada etiqueta de su fina colección: Transitamos —sin enredos esta vez— por los senderos de Napa, Burdeos, Borgoña, Toscana, Rioja, Ribera del Duero… conversando con el encargado, hasta que miró el reloj y nos anunció que estaba por cerrar.
Nos dirigíamos a la caja con un par de botellas que elegimos por su calidad, precio y poca disponibilidad, cuando, en el último anaquel, se nos apareció esa etiqueta que habitaba nuestros sueños desde que tenemos memoria enológica. Los ojos nos brillaron al constatar la añada y el precio marcado, que si bien constituía un esfuerzo, resultaba una oportunidad única.
El vino no pasó por otras manos hasta que lo alojamos cuidadosamente en el meridión de nuestra pequeña cava y allí descansó hasta el día de hoy. Una vez dispuestas la compañía exquisita, el lugar adecuado, las copas de calidad, la temperatura y hasta la iluminación pertinentes, surgieron las dudas. Hasta ahora, nuestra joya ha merecido un trato inmejorable ¿qué manejo ofrecerá el goce óptimo?
Con la intención de encontrar cierta luz en este tema, nos daremos a la siempre penosa tarea de realizar una cata comparativa en los tres escenarios de consumo más habituales y uno más que incluye un instrumento poco tradicional, pero que idealmente proporciona ventajas prácticas.
            Para este experimento hemos elegido al azar un tinto, entre un grupo que comparte al menos 3 características: Su cosecha puede datar del 2000 al 2005, tiene entre 12 y 24 meses de barrica y su costo es superior a los $250 e inferior a los $400. La cata se realizará a ciegas para que la etiqueta no influya en nuestras apreciaciones.
En primer lugar, cataremos una copa sin airear, vertida directamente de la botella recién abierta; en segundo, probaremos una copa luego de 30 minutos de haberse descorchado; en tercera instancia, otra copa pasada por un artefacto oxigenador tipo “Vinturi” y, en un cuarto momento, examinaremos una copa más al cabo de 120 minutos de decantación dentro de un recipiente de vidrio de fondo amplio y cuello angosto.
No deje de leernos el próximo domingo para conocer el desenlace de este revelador ejercicio o, si es posible, caro lector, ensaye usted con los medios disponibles, agradeceremos mucho que comparta con nosotros sus evaluaciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe aquí tu comentario. Muchas gracias.