jueves, 3 de marzo de 2011

El cine: Los genios de nuestra generación (III)

Recuerdo bien la tarde que acudí a ver la película que había ganado la palma de oro en Cannes aquel 1994. Era la función doble de una sala en donde todos los asistentes fumaban y se levantaban a menudo de sus butacas para cambiar su cerveza en el bar del vestíbulo. Mientras los avances terminaban, una chica de shorts de mezclilla ajustados estiró sus largas piernas sobre el respaldo de adelante, se deshizo de sus sandalias con un golpe de tobillo, echó su cabeza hacia atrás y la luz del proyector flechó las donas de humo que soltaban sus labios brillantes.
            Dos hombres muy altos, con lentes oscuros y corbatas estrechas, bajaron hasta la primera fila sorbiendo ruidosamente el popote de sus descomunales raspados de frambuesa. Al pasar junto a la joven que jugueteaba con los dedos de sus pies descalzos, uno de ellos detonó su índice dirigiéndole un balazo imaginario. Los meñiques de la rubia se congelaron. En cuanto las anchas siluetas se acomodaron en sus asientos –hombro con hombro, sin dejar espacio entre ellos– y apareció la lucecilla de sus cigarros, la chica volvió sus ojos de ciervo hacia la entrada para descubrir apostado allí a otro traje negro. Su mirada recorrió las salidas de emergencia y se encontró con la mía, una idea frunció sus cejas por un instante y…
Lo cierto es que no fue precisamente así la noche en que fuimos a ver Reservoir dogs y Pulp fiction. Pasa que cuando uno se encuentra por vez primera con una obra que le impresiona, los recuerdos tienden a trastornarse. En más de una ocasión nos hemos hallado literalmente embriagados por el efecto de un artista; por desgracia, esto sucede una sola vez, en el primer contacto. Al revisar la creación la emoción se modifica, a menudo se inclina hacia un goce más intelectual. Con el vino pasa lo mismo: No volverán jamás el primer aroma o el momento en que lo olfativo alcanza su expresión máxima, pero nuestra alma ha sido raptada para siempre.
Quentin Tarantino (Tennessee, 1963) no inventó nada nuevo, sus detractores le reprochan los continuos homenajes dentro de sus cintas a otros directores y a sí mismo –en nuestra opinión demasiado evidentes para constituir un plagio–, sin embargo, es difícil mantener que la estilización y la intensidad de sus representaciones, el desparpajo y el poder de sus escenas, el terremoto de sus personajes, de sus diálogos, no han sacudido con fuerza la falla hollywoodense por más de 15 años. Tarantino es capaz de hacernos trepidar ante una bocanada de sangre, de enternecer a un convicto con una escena de amor; en sus manos, suena a ópera el equivalente cinematográfico de un narcocorrido.
A pesar de su afición por el champán Crystal, Tarantino es como un vino californiano de culto, un cabernet muscular, una bomba frutal milagrosamente elegante; es una sorpresa con 16 grados de ímpetu y refinamiento. Este director/guionista/actor/productor… es ante todo un cinéfilo, inspira y comunica a muchos porque muestra una pasión descomunal por el Séptimo Arte. Ha ganado el oro de los directores y la plata de los escritores –en su mancuerna con Roger Avary– porque su retozo creativo obtiene un eco inaudito: Sus ojos son los de nadie y los de todos.
Being John Malkovich (1999), Adaptation (2002), Ethernal sunshine of the spotless mind (2004) y Synecdoche, New York (2008) le han hecho ganar a Charlie Kaufman el primer lugar entre los escritores. Sus guiones se salen casi de cualquier referencia, sus inagotables lecturas y sus ilimitados recursos narrativos son siempre un reto mayúsculo para el espectador. Pocas creaciones artísticas han logrado hacernos creer que son absolutamente originales: Ante la insólita mente de Kaufman, parece que finalmente hemos presenciado el nacimiento de algo nuevo bajo el sol.
No hemos encontrado maridaje vinícola posible para el genio neoyorquino, quizás sólo el legendario acontecimiento del hallazgo del champán por el monje Pierre Perignon en el siglo XVII. Como el benedictino, al catar cualquiera de las obras kaufmanianas sólo atinamos a exclamar: “¡Venid pronto! ¡Estoy bebiendo las estrellas!”

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